viernes, 28 de febrero de 2014

De homosexualidad, prostitutas salvando la iglesia y maquillaje

 
 
 
 Basado en el libro "Historia sexual del cristianismo" de Karlnheinz Destchner
 
 
- El muy “tolerante” Clemente de Alejandría, “literato y bohemio” y gentleman entre los padres de la iglesia, ya condenaba en su época, los recursos cosméticos que casi todas las mujeres han empleado después. Una mujer que se tiñe el pelo, se empolva el rostro, se aplica sombra de ojos y recurre a otros artificios impíos, le recuerdan a Clemente, a una prostituta y adúltera, a un mono maquillado y serpiente pérfida. San Cipriano teme que el Señor, en el día de la Resurrección, no reconozca a las que se adornan y se pintan. Tertuliano conjetura que la mano que se adorna con anillos no valorará las cadenas del martirio y que un cuello ataviado con perlas no estará muy dispuesto a entregarse al hacha. En la Edad Media, Odón de Sheriton opina que mejorar la obra de Dios es un delito contra Dios. El franciscano Bertoldo de Ratisbona, celebrado en su tiempo como el demagogo más virulento de Alemania, dice desde el pulpito que “las que se pintan y se tiñen se avergüenzan de su rostro, hecho a imagen de Dios, ¡y Dios se avergonzará de ellas y las arrojará al abismo de los infiernos!”. Los religiosos también dirigían sus imprecaciones a las que se arreglaban el cabello, cuyos trenzados tenían más colas que Satanás, y se horrorizaban porque esas cabelleras podían proceder de personas muertas, incluso de inquilinos del Infierno o de pobres almas del Purgatorio.
 
- Hoy en día los moralistas hacen determinadas concesiones: las mujeres, “en caso de que sea costumbre entre las mujeres decentes (!), pueden recurrir a medios artificiales (lápices de labios y maquillaje, pelucas, etcétera)”. Pero, la cosa no debe pasar “de los límites acordes con su estado y su origen”; la mujer no puede agradar a otros hombres, sino sólo a su marido, a la joven sólo se le permite preocuparse por favorecer el “casamiento”. Cualquier detalle “vistoso o extravagante” causa “fácilmente escándalo”, cualquier “indecencia en la moda es un pecado grave”. 

 

- Desde el siglo XIII se introdujo la costumbre de las “noches de prueba”: los novios dormían juntos por la noche hasta que se convencían de la aptitud de él para el matrimonio. En Baviera, durante mucho tiempo no hubo separación alguna ente los dormitorios de mozos y los de las criadas; pese a la severidad de los castigos, el número de hijos extramatrimoniales era alto. Los mismos religiosos podían ir a examinar la aptitud de alguna muchacha apetecible en nombre de un mozo casadero de fuera del lugar o un vecino de la finca y realizaban la “prueba” a conciencia. La mayoría de las veces eran perfectamente capaces de detectar si se trataba de una virgo intacta.
 
- La homosexualidad estaba muy extendida en la Edad Media, sobre todo entre las clases altas. En Francia se conocía como el vicio aristocrático. Los muchachos eran mantenidos públicamente y recibían lucrativos empleos. Felipe I otorgó el obispado de Orléans a su mancebo Juan. Los británicos eran aun más aficionados a esas relaciones. Los italianos se entregaban a dichas prácticas hasta en las iglesias. Aunque cada domingo se imponía la excomunión a todos los homosexuales, con ello sólo se conseguía estimular el “pecado” que se propagó, sobre todo, a causa de las cruzadas.
 
- Los baños femeninos de Oriente eran atendidos sólo por mujeres, y los baños masculinos, sólo por hombres y adolescentes, lo que propiciaba contactos exclusivamente homosexuales. Y los cruzados, después de haber disfrutado de la vida amorosa entre sus batallas lejos de casa, buscaron los mismos placeres en casa. De modo que los sirvientes de los baños se especializaron rápidamente en toda clase de masajes, hasta tal punto que, en 1486, los únicos baños de hombres autorizados en Bresiau debían estar atendidos por mujeres.

 - San Agustín, el más importante de los Doctores de la Iglesia, dice: “reprimid la prostitución pública y la fuerza de las pasiones acabará con todo”. Tomás de Aquino –o el teólogo que se apropia de su nombre– piensa que la prostitución “es a la sociedad lo que las cloacas al palacio más señorial; sin ellas, éste acabaría por ser un edificio sucio y maloliente”. Y el papa Pío II asegura al rey de Bohemia, Jorge de Podiebrad, que la iglesia no puede existir sin una red de burdeles bien dispuesta. Este oficio sólo estaba prohibido a las casadas y a monjas. En realidad, una sociedad que no se permite disfrutar de la vida con libertad, una sociedad frustrada, tiene necesidad de las libertinas.

 - Las ciudades papales siempre estuvieron atestadas de prostitutas. Según Petrarca, Avignon y por bastante tiempo, Roma fueron famosas por el gran número de casas públicas que albergaban. Una estadística acredita que en 1490 había en Roma seis mil ochocientas mujeres públicas... para menos de cien mil habitantes; una de cada siete romanas era prostituta. Incluso es posible que las cortesanas modernas surgieran en la corte papal de Avignon. Allí había una gran cantidad de mujeres hermosas y una mujer del entorno de un señor eclesiástico sólo podía ser su concubina, como ocurriría después en Roma.

 . En el imperio de los zares, los burdeles estaban repletos de reliquias e iconos. Cada fulana tenía colgado en su habitación a un santo protector al que rezaba antes del acto y lo cubría después y lo destapaba al terminar para volver a darle las gracias y ofrecerle un cirio o un poco de dinero. En la católica España, las mujeres de la calle debían rezar frente a la iglesia antes de iniciar la jornada.


- También las prostitutas entraban directamente al servicio de la moral cristiana. Como  en Venecia, tenían que reclinarse junto a una ventana abierta con el pecho descubierto o salir a la calle para impedir los contactos sexuales entre hombres y adolescentes. En ningún caso les estaba permitido acostarse con judíos, gitanos, turcos y paganos. Tampoco con sacerdotes ni éstos con ellas.
- Clérigos y los monjes frecuentaban los burdeles, se supone que para convertir a sus inquilinas en “arrepentidas”. Algunos incluso sacrificaban el sueño para conseguirlo.

 - La sífilis fue un agregado de esa vida, la “plaga del placer”, la “enfermedad del santo Job”, asoló Europa desde finales del siglo XV hasta mediados del XVI, afectando sobre todo al clero –no por casualidad–

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